Dear Esther fue un proyecto audiovisual desarrollado por The Chinese Room en 2007. Inicialmente fue construido como un mod experimental del Half Life 2, aunque más tarde, en el 2012 fue rediseñado y optimizando, publicando una edición con comentarios en 2017. Se trata de una experiencia inmersiva y envolvente, donde el personaje avanza a través de una misteriosa isla situada en alguna parte de Escocia. La voz en off acompaña con su prosa la ambientación, narrando una historia fragmentada que nos da pistas sobre la historia del lugar, el pasado del personaje y su relación con Esther. Esta aventura destaca por su calidad literaria, por el contenido sentimental de la narración y por los misterios y juegos que ofrecen la interacción de las voces con el apartado visual. La banda sonora, realizada por Jessica Curry, también resulta fundamental en su acompañamiento, pues facilita esa conexión con el personaje y con la historia que trata de narrarnos.
El sistema es aparentemente simple. Cuando el personaje llega a cierto lugar se activa un script y aparece un diálogo o tiene lugar un suceso. En Dear Esther, hay varias versiones de una misma narración y a veces el contenido cambia sustancialmente, lo cual nos permite revisitar la isla en varias ocasiones para alcanzar toda la magnitud de la historia sin caer en repeticiones. Además, hay detalles escondidos o huevos de pascua que merecen una especial atención. Podemos ver fantasmas en ciertas ocasiones, sombras y reflejos en el agua y algunos detalles que nos ofrecen información amplia sobre lo que debió suceder tiempo atrás. Se podría hablar largo y tendido sobre este juego, pero mi intención aquí es simplemente introducir las partes fundamentales. En mis anteriores entradas comparto algunos mensajes completos que conforman la historia de Dear Esther.
Dear Esther. Traducciones.
Dear Esther – The lighthouse. Parte 1 (El faro)
Dear Esther – The buoy. Parte 2 (La boya)
Dear Esther – The Caves. Parte 3 (Las cuevas)
Dear Esther – The Beacon. Parte 4 (La torre de radio)
Parte 1 – El faro.
Dear Esther, «Querida Esther».
Con esta oración empieza la historia, constituida por una serie de cartas o monólogos que el narrador, en este caso la voz en off del propio protagonista, dirige hacia esta mujer misteriosa. Empezamos en frente de un faro, entre las rocas de una isla rodeada de un mar en calma. No sabemos cómo hemos llegado allí aunque podemos ver una pequeña embarcación sobre las rocas. La voz nos habla de un naufragio aunque por los detalles que ofrece nos da a entender que no es la primera vez que hemos estado en esa isla. Hace mención a las Hébridas Exteriores, un territorio situado al norte de Escocia aunque al principio ya sospechamos que este lugar es más simbólico que real. La isla es ficticia pero su construcción estuvo inspirada en Boreray. Lo primero que vemos es un viejo edificio abandonado, un faro perdido en mitad de un océano de incógnitas. Cuando entramos, la linterna nos ayuda a comprobar la desolación del lugar. Algunos detalles ya empiezan a revelarnos el principio de la historia, pues podremos ver la portada de algunos libros y restos de pintura que más tarde volverán se convertirán en elementos conectores. Cuando tratamos de acceder al faro vemos que parte de la escalera que nos da acceso se ha derruido pero descubrimos que algo nos observa momentáneamente desde arriba antes de sumergirse de nuevo en la incertidumbre [1].
Cuando salimos, tenemos la opción de continuar explorando la isla, bien por el sendero ascendente o por la playa. En ambos casos veremos por vez primera la torre de señales emitiendo esa luz roja intermitentemente. No sabemos exactamente para qué está allí esa torre de radio o baliza, pero ya intuimos que es vital para nuestra historia y nos acompañará a lo largo de nuestro recorrido. Durante nuestro primer camino de ascenso veremos unas cuevas y aquí nos hablará de la leyenda del eremita como ejemplo arquetípico del hombre que encontró la soledad en su estado más puro. La leyenda dice que él llegó a la isla en un barco sin fondo para que las criaturas del mar pudieran emerger y conversar con él durante la noche. Vivió desde entonces en aquella cueva y murió ciento dieciséis años después, tras contraer unas fiebres, aunque nadie llegó a verlo en vida. Los pastores le dejaban ofrendas en la entrada de la cueva. El protagonista también dejó ofrendas y entra en la cueva aunque en su interior no encuentra ningún vestigio de la historia, sólo una luz que parece guiarle hacia una cueva todavía más lejana [2]. Aquí aparecen mencionados dos nombres interesantes. Donnelly y Paul. Del primero sabemos que fue un escritor del siglo XVIII y que escribió un libro sobre las islas. Enfermo de sífilis y adicto al láudano, su testimonio se muestra poco confiable para el narrador pero conocemos la leyenda del eremita a través de sus escritos, así como también la historia de un pastor llamado Jakobson. En una de las cartas del último capítulo hace mención a Esther Donnelly, lo cual nos hace pensar que quizá ella fue una descendiente de aquel escritor. De Paul conocemos algunos detalles, pero su papel en la historia todavía guarda algunos misterios. Sabemos que trabajó para una compañía farmacéutica y que viajaba en el coche que impactó con Esther. En algunas partes de la historia se refiere a él como un borracho aunque por la información que ofrece en otros diálogos nos hace pensar que sus descalificaciones eran fruto del enfado y no se correspondían con la realidad o al menos con el momento del accidente. En la historia parece que el protagonista lo visitó y descubrió en él la carga de lo sucedido. La referencias a él se tornan ambiguas, incrementando el misterio del accidente, pero lo importante detrás de la historia de Paul es la culpa que proyecta el propio protagonista. Un número que se repite es el veintiuno. Son los minutos que tardó la ambulancia en llegar, los minutos en los que Paul supuestamente estuvo muerto antes de la reanimación y también las veces que visitó el lugar del accidente, por poner sólo algunos ejemplos [3].
En ese camino de ascenso por la ladera podemos ver el acantilado con las líneas blancas y horizontales de las que nos habla el narrador. Estas líneas fueron hechas por los moribundos picando la piedra caliza hasta dejar visible la parte subyacente. Significaban que la enfermedad estaba presente en la isla y era una señal de advertencia para marineros y pescadores que pasaran por allí, una manera de alejar a la gente y permanecer en la más estricta soledad. El paralelismo con las líneas y marcas del accidente también resultan inquietantes. De igual manera también hará mención a las líneas blancas en otras ocasiones para referirse a las marcas que dejan unos aviones en el cielo y como señales que apuntan hacia la infección. El protagonista, tras llegar a ese punto, tendrá que realizar un breve descenso para llegar hasta el círculo de piedras. Durante ese descenso, que lo devuelve casi al mar tendrá la oportunidad de entrar de nuevo en una cueva de poca profundidad. Esta vez, aquí el uso de la pintura se vuelve real. Si en el primer dibujo encontramos la representación de una neurona, en el segundo podemos ver la fórmula CH3-CH2-OH (etanol) y otras representaciones ambiguas que bien nos pueden recordar a imágenes antropomórficas o bien a esquemas pertenecientes al mundo de la biología [4].
Las fórmulas químicas volverán a aparecer más adelante y en más de una ocasión se repetirán. Aquí podemos hacer mención también a la visión de la primera urna funeraria. En cada capítulo encontraremos una. En este caso la veremos antes de llegar al final del capítulo, cerca de los círculos de piedra. Tras pasar estos círculos, el protagonista llegará a una especie de corredor angosto donde finalizará el primer capítulo.
Parte 2 – La boya.
Tras pasar por esa especie de túnel se abrirá ante él una playa de gran envergadura coronada por varios senderos y una pequeña explanada que conecta con otro sendero. Gran parte de la playa está reclamada por un barco carguero que permanece encallado en la arena. No es el único barco que ha naufragado en estas islas y por el estado de la superficie parece que lleva allí algunos años. También descubrimos algunos bidones y contenedores volcados sobre la arena, abandonados a su suerte. La visión de una embarcación destrozada le recuerda inmediatamente a la leyenda del ermitaño. No podemos olvidar tampoco la mención constante que hace de las gaviotas. Entre las creencias populares entendemos que se creía que las gaviotas llevaban las almas de los marineros que se habían perdido en el mar. La voz del narrador las menciona en varias ocasiones, incluso llegando a decir que sobrevolará la isla convertido en gaviota.
En este capítulo resultan relevantes tres elementos. El primero, la presencia de tres fantasmas que se hacen constantes. El primero de ellos lo vemos al lado del carguero encallado, en el sendero que lleva al acantilado por la izquierda. Algunas veces aparecerá caminando y otras lo veremos fijamente plantado frente al mar, despareciendo antes de nuestra llegada. El segundo aparecerá en la entrada de la cabaña al subir por el segundo sendero y el tercero haciéndonos señales de luz desde la cueva que observaremos al bajar a la otra parte de la playa. Aquí descubriremos la segunda urna cerca del mar y el esqueleto de un barco que nos recuerda al paso del tiempo, como si del primer barco encallado sólo quedaran sus huesos. Esta parte de la historia cuenta historias muy interesantes y sus monólogos parecen enfocados a la enfermedad, la muerte y el padecimiento. Se pregunta muchas cosas sobre los descubrimientos de Donnelly en la isla y también nos arroja más detalles sobre su relación con Esther. La cabaña que podemos ver en lo alto fue construida en 1700 por Jakobson. Él murió dos años después de terminarla, contagiado por alguna enfermedad que le transmitieron sus propias cabras. Nadie estuvo allí tras su muerte para marcar las líneas blancas y lo encontraron siete meses después, a principios de primavera, conservado por la nieve que empezaba ya a deshacerse. Tras el paso por la playa aparecen algunas interferencias y una entrada a la cueva. Al intentar bajar por la cueva, el protagonista cae, finalizando con esto el segundo capítulo. Antes de entrar en la cueva para adentrarse en sus misterios, podemos ser testigos de unos extraños ruidos que se asemejan a las distorsiones radiofónicas y que nos advierten de que algo está intentando comunicarse con nosotros.
Parte 3 – Las cuevas.
Este capítulo se desarrolla dentro de las cuevas. El viaje no es demasiado extenso pero las experiencias audiovisuales merecen toda nuestra atención. El ambiente de la cueva juega con los colores y las formas, se entremezclan los símbolos con la pintura y el agua aparece aquí como un elemento catalizador que llevan al protagonista a la memoria misma del accidente. Veremos en ese ambiente tan profundo e íntimo las luces que nos guiaban a su interior, ríos transcurrir por las entrañas de la tierra y cataratas que conducen el agua hasta rincones insondables por el hombre. Las fórmulas químicas cobran aquí su máxima expresión pues veremos un túnel repletos de ellas, así como algunas formas que bien nos pueden recordar a formas del cuerpo humano. La cueva efectivamente es una señal de paso, un camino hacia el interior del alma humana.
Los monólogos se harán eco de estas formas y nos facilitarán la comprensión de muchas de las metáforas que ha ido utilizando a lo largo de los primeros capítulos, poco a poco comprenderemos las asociaciones de las líneas con la soledad y el dolor, la pintura con las cenizas y los túneles o las rocas con los huesos. La tercera urna aparecerá al lado de ese río interior, entre las piedras que simulan una especie de playa. Por este riachuelo veremos navegando un barquito de papel que discurre arrastrado por la corriente [5]. Tras este periodo de conexión íntima vendrá una última escena de catarsis y entonces el protagonista saldrá del agua para poder finalmente encontrar una salida de la cueva.
Parte 4 – La torre de radio.
Cuando salimos de la cueva, el paisaje que se nos muestra es distinto. Ante nosotros se nos insinúa una playa coronada por la luna. Se ha hecho de noche y el mar brilla con una esencia cautivadora. La playa está repleta de velas y podemos contemplar varios montículos y objetos que ahora se vuelven explícitos como objetos del pasado que afloran a la consciencia. La voz del narrador se vuelca en este último capítulo sobre el accidente y sobre su relación con Esther, aunque nunca llegamos a conocerla del todo. Podemos intuir que era la mujer del narrador y en este escenario final podemos ver algunas fotos que pueden revelarnos su rostro. No obstante, su historia sigue siendo un misterio y el hilo narrativo avanza siempre desde el punto de vista del narrador, mostrándonos sus enfados, sentimientos y carencias. En la playa descubriremos la última de las urnas y un fantasma nos observará desde el acantilado.
Bordeando la playa encontraremos una nuevo sendero. Éste ascenderá y nos llevará cruzando el monte hacia la parte más alta de la isla. Será un ascenso continuado, sin cuevas ni puntos de retorno. Desde aquí podremos ver toda la isla en su aspecto nocturno y el viento empezará a soplar con fuerza. Las velas marcarán la diferencia al contemplar la playa pero aún así también seremos testigos de algunos últimos sucesos sobrenaturales como los cambios cromáticos al pasar por un lugar estrecho y los cuales nos indican que ha habido alguna alteración en la consciencia del protagonista, dándonos a entender quizá que el final ya está más cerca.
Tras un periodo de ascenso breve, veremos algunas estructuras de hormigón. Las verjas metálicas rodearán un pequeño recinto donde está situada la torre de radio con su eterna luz intermitente. Aquí podemos ver por última vez una silueta que nos mira desde una distancia más cercana. La diferencia con las demás apariciones es que ésta permanecerá estática y no desaparecerá a pesar de la poca distancia con el protagonista. Cuando llegamos a las escaleras que nos conducen a la torre de radio, se bloqueará automáticamente el control sobre el personaje; éste avanzará hacia la torre ascendiendo por sus escaleras mientras lanza un último monólogo y da fin a la historia con una última carta de despedida dirigida a su querida Esther.
Me he quedado sin zonas para escalar. Abandonaré este cuerpo y alzaré el vuelo.
Esther. He quemado mis pertenencias, mis libros, este certificado de defunción. El mío se escribirá en toda esta isla. ¿Quién fue Jakobson, quién lo recuerda? Donnelly ha escrito sobre él, pero ¿quién fue Donnelly, quién lo recuerda? He pintado, esculpido, excavado, anotado en este espacio todo lo que pude sacar de él. Llegará otro a estas costas para recordarme. Me alzaré sobre el océano como una isla sin fondo, me uniré como una piedra, me convertiré en una antena, en una torre de radio para que no te olviden. Siempre fuimos atraídos aquí: un día las gaviotas regresarán y anidarán en nuestros huesos y en nuestra historia. Miraré a mi izquierda y veré a Esther Donnelly, volando a mi lado. Miraré a mi derecha y veré a Paul Jakobson, volando a mi lado. Dejarán líneas blancas talladas en el aire para llegar al continente, donde nos enviarán ayuda.
[1] Sobre los fantasmas en Dear Esther. En el capítulo primero podemos ver dos fantasmas en el faro y uno en la cueva haciéndonos señales de luz. En el faro, el primero pasa fugazmente detrás de la ventana del edificio antes de que entremos y el segundo se asoma por el hueco de la escalera antes de desaparecer. En el capítulo dos, el primero aparece caminando por el sendero de la playa donde está el barco encallado, el segundo enfrente de la cabaña cuando ascendemos y el tercero de nuevo en la entrada de la cueva haciéndonos señales. En el capítulo tres, éste se esconde tras la cascada. En el último capítulo, hay de nuevo tres. Uno aparece en el reflejo de la luz de la vela frente al mar, el segundo en el acantilado y el tercero detrás de las verjas en la torre de radio.
[2] Si analizamos los intervalos de luz podemos ver que se trata de código morse. Dice Damascus. Es una referencia bíblica que también queda reflejada en los monólogos y que posiblemente tenga que ver con la conversión de Pablo de Tarso en su camino a Damasco.
[3] James O’Sullivan, en su libro Towards a Digital Poetics (2019) analiza parte de Dear Esther y nos revela que una de las fórmulas que aparecen en la cueva, los símbolos químicos aparecen sustituidos por las letras hebreas Aleph (א) y Kaf (כ). Su valor numérico se lee como el número veintiuno.
[4] Podemos destacar también los símbolos electrónicos como los de toma de tierra, resistencias y transformadores. También hay otras fórmulas químicas como la de la dopamina (C8H11NO2) y la ranitidina (C13H22N4O3S).
[5] En el capítulo cuatro podremos ver varios barquitos de papel flotando en el mar, impasibles al viento y al agua salada. En la escena final, la cámara enfoca el último barquito de papel antes de despedirse.